22.2.14

Antonio Machado, en la memoria

Soy admirador entusiasta de Antonio Machado, pero hoy quiero renunciar a la obviedad gratuita de los adjetivos, a las referencias biográficas o bibliográficas, a evidenciar su vigencia y ejemplaridad como escritor y persona... Sólo quiero, en el 75 aniversario de su tristísima muerte, rendirle homenaje con lo poco que he podido hacer hasta ahora en su memoria.






Último crepúsculo en Colliure

“…me encontraréis a bordo, ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.
Antonio Machado, ‘Retrato’

Muere la tarde a mi espalda y en la arena
se alarga mi sombra
                               como un árbol
desmochado y lúgubre en un páramo.
El mar, como la vida, se oscurece
hasta tornarse una masa de alquitrán,
                                                        viscosa.
                                                     
Ni siquiera el piélago canta su rumor cuando
cae la noche, tan triste, de febrero.
Silente, como todos los vencidos
que en el éxodo amargo me acompañan,
ya ni el mar parece mar.
                                     Como yo mismo, se diría
que ha sido tocado por la muerte.
Exhausto y enfermo, vencido hasta el alma,
a esta playa he venido a extender la mirada
mas abrúptamente la noche
                                         desciende                                     
y no hay salida, ni luz, ni horizonte.

Siento que, desde los tuétanos,
un frío insufrible me agarrota.
Es la muerte, sin duda, que avanza
arrollándome la sangre
como un helado cuchillo
nacido de este dolor mío
                                     insoportable.
Esta muerte me acompaña
a lo largo del camino,
                                en la derrota simultánea
de la vida y de la guerra.
Desde Madrid a Valencia,
de Valencia a Barcelona,
oí rugir los aviones
como heraldos precursores
de una aurora sin mañana,
orlada de miles de cadáveres.
Mientras mi muerte se unía a todas las muertes
en cada nuevo golpe de otra España,
                                                       contra toda evidencia
quise cantar la esperanza
pero ya mi voz no era mi voz
ni mi alma era mi alma
ni mi patria era mi patria.


Cuando Caín mata a Abel
por enésima vez, una acerada
quijada rompe la canción,
seca su fuente, agosta las palabras.
Todo se agolpa en la mente
y se torna incoherente
                                  balbuceo
cada intento de discurso.


Sólo el grito, uno infinito y terrible,
es posible cuando cierra la noche
y todo es rabia y temor,                            
                                    todo negrura
y silencio al sur de donde me hallo
más solo que nunca y más cansado.

De espaldas al Poniente en esta noche,
ante un mar opaco que una pared
                                                   semeja.                                       
quisiera creer que, de vuelta a mi cuarto,
hallaré la fuerza y la confianza
para reencontrar mi voz
                                    y escribir
un último canto, pese a todo, de esperanza,
mas me aguardan desvelados, sin quejas,
                                                los ojos, tan fijos,
de mi madre anciana, que parecen
pedir explicación de tanto quebranto
                                                      y mudanza,
y otra noche se me negará el sueño
que tanto preciso sin que mi voz
                                                regrese.

Entre tanto dolor desesperado
aguardaré la muerte, pues. Tan solo eso.
Para mí el camino ha terminado.


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