18.2.14

'Olivier o el Secreto', revisitado (IV)

En su excelente análisis de Olivier, Ivanna Rosi apunta que Duras emplea eficazmente la forma epistolar para mostrar los límites de la noción de confidente. En lugar de funcionar como un foro para expresar la propia alma, las cartas en Duras revelan los aspectos negativos de la escritura de cartas. Olivier siempre está defendiéndose de la presión de las demandas de Adele y Louise  y nunca confía su secreto (aunque llega a ofrecerse a hacerlo). La distancia geográfica significa que las cartas siempre llegan tarde con relación a los acontecimientos, en ocasiones con resultados desafortunados (Rosi, 145). Por ejemplo, Adele pide a Olivier que deje sola a Louise inmediatamente tras la muerte de su marido, lo cual es malinterpretado por Louise como una falta de amor (0 157). Adele provoca en Louise el sentimiento de estar siendo juzgada, como evidencian sus frecuentes peticiones de no ser juzgada en sus últimas cartas, también ella juzga precipitadamente a Olivier y cree que quiere casarse con Louise. Cuando Olivier describe con más y más detalle los síntomas de su infelicidad, Adele le pregunta para averiguar su secreto. Urgiendo a Louise a encontrar el origen de la pena de Olivier, Adele la incita a que le pida que revele su secreto, lo cual éste asume atormentadamente. Entonces Louise renuncia a su necesidad de saberlo y, en un esfuerzo erróneo por ayudarle, ofrece convertirse en su amante. Horrorizado, él intenta repetidamente escribirle una carta, quemándolas todas finalmente, y se suicida al día siguiente.

Como escribe Pierssens, los personajes de Duras 'se dicen', pero los de Stendhal pasan el tiempo sin hablar (24). Aunque es cierto que son más comunicativos que en la versión de Stendhal, tal vez reflejando el hecho de que Olivier fue escrito por una mujer, debe notarse que Duras también subraya los problemas de comunicación y de su ruptura. Después de todo su héroe no puede escribir, y mucho menos hablar, de su secreto. Las cartas no son menos destructivas en  Armance. Octave confía su secreto en una carta, mostrando que Stendhal lo considera menos imposible de divulgar,  pero es inducido mediante una carta falsa a creer que el amor de Armance no es sincero, por lo que, en principio, destruye su confesión. (El lenguaje siempre es falaz en la ficción de Stendhal.) Pese a todo, ambos se casan y Octave parte a Grecia, viaje durante el cual se dará muerte. En ambas novelas las cartas conducen en última instancia a la muerte. .

Los cuatro protagonistas creen que trasladar los sentimientos a palabras empeora las cosas, transmitir el alma nunca es visto como saludable. Olivier cree que confiar su secreto lo hará un obstáculo mayor y que el acto de confesarlo servirá para persuadirle de su realidad. Puede fingir que no es cierto si no lo traduce a palabras. Louise tiene la misma creencia, escribir el lenguaje terrible de la revelación de secretos sólo se aprende a costa del sosiego. Ella afirma que, aunque se paga muy caro no tener el derecho a hablar, confesar un secreto dista de ser un alivio. A su hermana le dice que al describir sus tormentos sólo los acrecienta. En Armance, Octave es agudamente sensible a las palabras, los tonos y los acentos. "Las palabras disponen de su vida". Sólo es capaz de revelar su amor a Armance cuando ella se desmaya, momento en el cual él murmura "nunca te he amado tanto". Afortunadamente, ella despierta para oír sus palabras. Sólo bajo amenaza de muerte puede él decir el nombre de Armance, y es el proceso del habla lo que le finalmente le da vida (Felman, 177): "nombrar a Armance fue una revolución en la situación de Octave, pues el se atrevía a pronunciar ese nombre, cosa que se había prohibido tanto tiempo."  Pero más tarde  Octave niega su amor por ella hasta que piensa que está al borde de la muerte tras un duelo. Entonces escribe a Armance con su propia sangre, "usted será separada de quien le amaba más de lo que un padre ama a su hija", una proyección del vínculo edípico que tiene con ella.

Hacia el final de la novela él escribe una carta confesando su secreto, poniendo en palabras su vergüenza, pero, revelando su ambivalencia, la pone en una caja naranja en la que él y Armance dejaban con frecuencia las cartas que se dirigían. Es ahí donde encuentra la falsa carta, supuestamente de Armance, por lo que recupera su propia misiva para enviársela únicamente antes de suicidarse. Otra vez la muerte es la condición para que la comunicación tenga lugar. En contraste, la muerte aporta sólo un secreto absoluto e inescrutable en Olivier (Rosi, 147). Sin embargo, para el lector el secreto es incognoscible en ambas novelas. Felman escribe que el secreto de Octave, escrito pero nunca dicho, se convierte en una vasija, un significante, un signo vacío, sin significado (187). Toda la tensión de la novela prepara el camino al anti-clímax: "el escribió una carta de diez líneas". El contenido se ha hecho irrelevante. Felman escribe, "Armance es la novela de la palabra imposible" (174), concluyendo que la auténtica impotencia de Octave es lingüística.

Duras permite a sus protagonistas revelar abiertamente su amor recíproco, por el contrario Stendhal mantiene a sus desdichados enamorados en una danza de incomunicación a través de la novela. Olivier y Louise finalmente se comunican directamente sobre su amor, aunque él, como Octave, no puede forzarse a decirle su secreto. Al preguntarle a ella a quién escogería en el caso de volver a casarse, él interrumpe su respuesta cubriendo su boca y gritando,  "¡No me lo nombre! ¡No me lo nombre! ¡Louise, yo no quiero saberlo, déjeme vivir todavía algunos días!". Su arrebato demuestra el poder del habla en Olivier. Cuando Louise le pide que confíe en ella, que comunique (algo que el personaje masculino de Armance nunca hace), él alude a "un obstáculo, un motivo, un deber" y huye. Cuando Octave intenta en persona decir su secreto a Armance en cierto momento, sus facciones se contraen (quizás una alusión a la impotencia) y sus labios se convulsionan. Los enamorados de Olivier se vuelven a ver otra vez e incluso tienen una discusión más directa sobre su amor, algo  que nunca ocurre en Stendhal. Éste, de ese modo, lleva más lejos que Duras el tema del secreto y la inexpresividad. Armance también asegura tener un secreto eterno, que hay alguien con quien debe casarse, lo cual es patentemente falso. Aunque el amor de Louise por Olivier constituye un secreto que es descubierto por su pretendiente De Rieux,  ella nunca finge con Olivier que también tiene un impedimento para el matrimonio una vez que su marido ha muerto.

Estas dos obras delinean un destino común, el olvido, seguido por un resurgimiento común del interés y una relación familiar entre los enamorados, una relación madre-hijo, para ser exacto. Ambas son historias de amor imposible, obstáculos y suicidio. El protagonista masculino enfrenta un impedimento desconocido para consumar su amor por la heroína, y, al final, se quita la vida. El lector moderno es atrapado en un dilema peculiar al leer Olivier y Armance. Ambas novelas negarían la satisfacción del lector, pero del mismo modo que el salón de Mme de Duras conocía el secreto y así podía reírse interiormente de los dobles sentidos en su obra, también nosotros sabemos el secreto si leemos la introducción del libro. Quizás finalmente tenemos un argumento definitivo contra la lectura de las introducciones, que, desde luego, influencian nuestra interpretación, no permitiendo el privilegio de una primera lectura. (*) Muchos críticos han rechazado el "conocimiento" transmitido por las introducciones, arguyendo, muy convincentemente, que nosotros no conocemos el secreto y que no necesitamos conocer el secreto, es irrelevante.

(Continuará)

(*) Conscientes de ese problema, en el prólogo de la edición en castellano de 'Olivier o el secreto' (Edciones El Desvelo, 2013) obviamos deliberadamente el tema del secreto, que, sin embargo, es central en el epílogo..

Imagen: Portada de la primera edición de 'Armance', en 1827.

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